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Recuerdo que la primera vez que nos vimos fue un flechazo. Me enamoré de tus grandes ventanas, y la luz a chorros que entraba en el salón. Tenía ganas de independencia, y tú me lo pusiste en bandeja. Esa es la verdad.
Sin embargo después del calentón del principio, la cosa empezó a flojear. En realidad aquellas ventanas tan grandes y luminosas, sin ningún toldo y con un cierre cuestionable, eran un espacio abierto primero al caloret mediterráneo y después al frío invierno. Esa fue nuestra primera crisis. Pero algo en mi interior me decía que debía seguir apostando por ti.