Rehacer el espacio
No todo han sido sonrisas. Sin embargo tirar abajo los tabiques necesarios para conseguir esta estancia ha costado dios y su ejército de ayuda conformado por un arquitecto terco y diez obreros armados con puntales de hierro y una viga del tamaño de un cañón (que pintamos, como todo el techo abovedado, en blanco). Con la mira siempre puesta en lo más chulo, erramos varias veces la diana hasta dar con la cocina que por acabados, capacidad y calidad mejor se ajustaba al piso y al techo presupuestario. Los vecinos estuvieron siempre en pie de guerra y en un par de ocasiones nos hicieron atrincherar, pero al final se conquistó el ansiado final del conflicto y ahora J.P. Y marie conviven con ellos en una paz estable no exenta de cierta envidia. Y es que envidiar al vecino con la súper-terraza, la novia guapísima o el cochazo es uno de esos placeres culposos que a la mayoría se nos da tan bien…
Se nos dio aún mejor distribuir el espacio privado. Una vez ubicados los cuartos de baño de acuerdo a las bajantes existentes, el espacio libre resultante quedaba casi automáticamente definido y divido en dos mitades que nos permitimos modificar apenas ligeramente para permitir que cada uno de los ocupantes de las habitaciones pudiese asomarse por una ventana real para escuchar la radio de la del quinto, que pone música de la que no hay en francia, ni en todo spotify, a un volumen bastante español. Por esto se encargaron sendas ventanas con aislamiento doble, rotura de puente térmico, acústico (y casi nuclear) pero hechas en pino melis ignifugo, hidrófugo y carísimo, pues lo de dormir tranquilo también está bien. Ahí los imaginamos ahora, plácidos y recostados, J.P. Y marie, uno leyendo a la luz de una lámpara colgante que sustituye la de la mesita de noche, y que la deja libre para apoyar allí un pajarito de madera molón, o alguna plantita de esas que llenan tableros y tableros de pinterest; y a marie, quizás un poco más concentrada haciendo crucigramas, su cabeza apoyada contra la media pared cabecero que quisieron revestir en un papel pintado con motivos decorativos sobre una textura de cemento gastado.