Una segunda residencia como una casa de toda la vida
¿Puede la segunda residencia de una pareja joven parecerse demasiado a la casa de toda la vida de nuestros abuelos? ¡No demasiado! para empezar, con una habitación de invitados ya tenemos suficiente para alojar al eventual colega que se apuntó a última hora al viaje (siempre y cuando tenga su baño privado) dejando las anteriores habitaciones de los enanos carentes de sentido. Por esta misma razón la cocina, el salón y el comedor dejan de tener que ser por fuerza habitaciones pequeñas, oscuras o separadas cuando pueden en cambio fácilmente integrarse a una única y amplia estancia llena de luz y versatilidad. Vestíbulo, antecámara, recibidor, “foyer”: son todas palabras “del año de la polca” que a día de hoy sólo significan metros cuadrados desperdiciados que sin duda están mejor empleados si se les suman a la extensión útil de espacios con una clara vocación práctica: a saber, comer, disfrutar, compartir con gente maja, en vez de el sólo pisar y pasar. Es verdad, no inventamos la madera para este proyecto ni hemos sido los primeros en colocarla en suelo, pero combinada con un mosaico hexagonal, que delimita a su vez el área destinada para la cocina, seguro que está menos visto y aguanta mejor el fregado; y empleada en dos tonalidades (una más oscura y otra más clara) según la cantidad de luz natural que reciben las dos mitades, pública y privada de la casa, puede que igual sea un criterio hasta ahora menos explotado. Siguiendo las lamas de madera que nacen bajo una alfombra de área de habitat se nos van la vista y los pies desde el sofá hasta la mesa del comedor rodeada de sillas que por una vez son distintas a la Eames (hacemos una ola discreta pues los taburetes sí que lo son) en las que nos sentamos igual de guapos, y quizás más cómodos a comer queso, pues no todos los franceses son chefs. Iluminan los platos limpios de todo rastro, así como nuestros dientes asomados y satisfechos, un par de lámparas colgantes en forma de batidor.